Aunque no todas las campañas publicitarias tienen un objetivo de permanencia (debido a ofertas puntuales, etc.), sí es cierto que, en las negociaciones con los proveedores de canales, siempre buscamos que la publicidad corporativa tenga la mayor permanencia posible.
Los canales evolucionan, se adaptan a los usos de los consumidores y cada vez se busca más la notoriedad, la presencia y la segmentación.
Es curiosa la recopilación de carteles publicitarios que ha recogido el fotógrafo Frank Jump en su libro “Fading Ads of New York City”, en los que se pueden ver una serie de publicidades pintadas sobre fachadas de ladrillo de edificios desde finales del siglo XIX a principios de XX y que aún sobreviven en New York, pese al paso del tiempo. Muchas de ellas ya están descoloridas, pero se sigue identificando la marca, otras habían sido tapiadas por edificios contiguos y al demolerse posteriormente han vuelto a aparecer.
En cierta medida es irónico pensar que una publicidad que hoy se consideraría obsoleta, sea al final la más duradera, aunque en los tiempos en los que se hizo, no se pensase más que en los soportes que existían en esa época y no en su longevidad.
Si estas marcas hubiesen controlado la duración del soporte, hubiesen podido mantenerlo para que no envejeciese (aunque en ese caso, el dueño del soporte hubiese continuado con el contrato del medio). Si las marcas supervivientes utilizasen ahora esta publicidad residual, podrían añadirla a una campaña de prestigio en la que se mezcle la duración del anuncio y la permanencia de la marca, con toda su trayectoria de evolución y prestigio por antigüedad.
Difícilmente los soportes actuales tengan tanta capacidad de soportar el paso del tiempo.
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